sábado, 19 de octubre de 2013

MAITE-

Soy escritora. Estoy escribiendo ahora, bah, lo estaré haciendo en unos minutos, porque necesito inspiración. Ahora, precisamente ahora, estoy haciendo pavadas con el marcador en la punta de la hoja. "Qué se le ve a hacer", pienso. Estoy en mi living-comedor-oficina, y a unos metros puedo verlo a mi esposo con la computadora, mandando e-mails, participando en conferencias, y cada tanto, jugando al buscaminas.
-Necesito aire- le digo- voy a la terraza.
-Mmm...
Respuesta indefinida. Ni sí ni no, ni blanco ni negro. Creo que ni me prestó atención y no sabe qué le dije. Pero, aunque a veces su mente esté en la luna, en el universo y en el buscaminas, lo quiero más que a ningún otro. Miro mi anillo y sonrío, enamorada.
Salí porque, en realidad, pienso que las ideas viajan por el aire. Así son las cosas, necesito aire de ideas. Aunque no es que no las tenga, sino todo lo contrario: tengo demasiadas y ninguna muy concreta. Como un color que aun no está definido o un sonido imposible de clasificar. Bueno. "Me gustaría estar en la playa" pienso de repente. ¿De dónde vino eso? Lo anoto. No sabré de dónde saqué esa idea, pero la puedo necesitar. Recuerdo el mar de mi niñez. Cuando tenía líos en la cabeza (como ahora), me ayudaba a pensar. Me calmaba la mente.
"Mar de ideas", pienso. "La verdad es que mis pensamientos me sorprenden", me digo. Y, finalmente, entro. Esto va a ser un novelazo.

MALE- LUCIA Y LA TORMENTA

Lucía odia los relámpagos. Los odia con toda su alma. Esas siniestras líneas retorcidas y luminosas, capaces de crear enormes destrozos. Son serpientes que la acechan, la persiguen. Por eso nunca sale cuando hay tormenta. Y eso que ama la lluvia. Pero esos malditos relámpagos lo echan todo a perder.
Después de los diluvios, Lucía sale al jardín y recoge las amapolas destruidas. Luego, se encierra en su cuarto e intenta recomponerlas, pétalo por pétalo. Nunca logró curar una del todo. Pero Lucía se siente orgullosa de su vocación de botánica.

Los relámpagos son los causantes que su armado jardín esté devastado, como bombardeado después de una guerra. Pero lo peor de la tormenta es que no la deja jugar afuera. Lucía está pensando, seriamente, en hacerle una denuncia al cielo por impedimento de diversión infantil.

PRÓLOGO

      Sábado. Una mujer de, alrededor, treinta años entra a esa librería de San Isidro. No es la primera vez: saluda a los empleados y hojea unos libros. 
       Se abre la puerta. Entra una chica que debe tener 14 o 15 años. Conoce a la mujer. La saluda y no tardan en empezar una charla.
      Ahora entra otra persona. Es más pequeña que la otra. Debe tener 11 o 12 años. Encuentra a las otras dos y sonríe. Se acerca a ellas. 
      Juntas entran a un pasillo lleno de libros y suben por una escalera. Llegan a una sala cuyas paredes están cubiertas por bibliotecas, con cuentos y novelas. Se sientan alrededor de una mesa que está al medio de la sala y comienzan un nuevo encuentro de este taller literario que ya lleva seis meses.